Capital de la Hospitalidad CAIMITO DEL GUAYABAL
Posted by Unknown | | Posted On sábado, 19 de septiembre de 2009 at 9/19/2009 02:05:00 p. m.
DATOS
Datos históricos buscados de forma minuciosa indican la fundación de la Villa Verde en 1820, en algún sitio del llamado Corral Caimito, al pie de la Sierra de Anafe. Por lo tanto, la edad del poblado es mucho mayor.
Algunas versiones afirman la construcción de las primeras casas de vecinos en la finca La Serafina, lugar ocupado hoy por la Empresa de Industrias Locales, la sede municipal del Partido y una granja agropecuaria.
En esta zona existe un viejo pozo, al cual vinculan con el establecimiento llamado "Casa de pasajeros del Caimito", primer indicio de hospitalidad. Otros suponen al primitivo caserío instalado cerca de la bodega La Nueva Esperanza y los más osados en el barrio de Cayaguasal.
De lo que si existe plena seguridad es que a la sombra de un caimito se estableció la casa de pasajeros y una oficina para el cobro del derecho de Portazgo. En este lugar debían pagar cinco centavos las arrias, carretas, volantes, quitrines o caballos de silla al entrar en la población.
Estaban excluidos de este gravámen los caballos oscuros, de patas blancas y lucero corrido. El privilegio lo "gozaban" estas bestias por tener el color del caballo del Rey de España.
La vega de tabaco de Cayaguasal fue demolida años después y la población creció hacia la parte occidental. Desapareció la oficina del cobro y la Casa de Pasajeros del Caimito, de la cual realizó una última descripción el lugareño Don Pancho Quemado. Según él, era un gran comercio de amplio mostrador, donde los arrieros comían a punta de cuchillo antes de seguir paso hacia el mercado de La Lisa.
Desde esa época pueden pasar por Caimito del Guayabal todos los caballos sin importar su color.
GOTTSCHALK EN CAIMITO
La indudable belleza del paisaje caimitense sobrecoge a cuanto visitante observa este pedazo de Cuba. Tanto es así, que los médicos recomendaban pasar temporadas en sus campos disfrutando de la tranquilidad, el aire puro y, por supuesto, de la hospitalidad de los lugareños.
Uno de los viajeros ilustres de tránsito por esas tierras fue el pianista y compositor norteamericano Luis Moreau Gottschalk, el cual se hospedó, en 1862, en una de las innumerables fincas cañeras cercanas a la Sierra de Anafe para convalecer de una grave enfermedad.
La dolencia no restó capacidad de impresión al artista ante el verdor de las plantaciones. De ello existe constancia en carta enviada a un amigo de apellido Escudier, fechada el 25 de junio del año 1862, y en ella expresa: "No olvidaré jamás los dos meses que he pasado en Caimito... cerca de la Sierra de Anafe."
A través de la misiva del pianista y compositor norteamericano Gottschalk, ha llegado hasta nosotros una descripción pormenorizada del paisaje rural: "Érase una vasta llanura en cuyo centro elévase un edificio de madera, de forma cuadrada, compuesto tan solo de un piso bajo, como casi todas las casas cubanas."
También al pianista se le debe un cuadro acabado de lo que era un ingenio azucarero de la época: "Todo ingenio se compone invariablemente de las mismas dependencias, que por razones de higiene, de conveniencia, son de idénticas condiciones: la casa del amo, que ocupa el centro y está aislada del resto de la finca; la casa del mayoral..., la casa de molienda, en la que se halla el molino de vapor que estruja la caña y comunica con la casa de calderas: luego sigue el hospital, el corral en que recogen los animales domésticos y finalmente a alguna distancia las casuchas de la negrada... en donde el mayoral encierra cada noche a los esclavos bajo llave, después de pasarles lista y de hacerles recitar en alta voz el Pater Nostre y el Ave María."
Después su atención se detuvo en describir el recinto donde convalecía y las costumbres criollas: "Se llegaba por una inmensa avenida de palmeras, una guardería, doce escalones, encontrándose uno en una galería exterior, especie de verandah india, que es la casa cubana, lo que el cuarto del portero es nuestra organización social. Desde la galería dominase el país; es un observatorio; vense llegar las visitas, síguese de lejos el trabajo de los negros, se pasa la vida en la hamaca o butaca, ahí se fuma, se duerme, se toma café y, sobre todo, se respira el aire de la sabana."
Y concluye el compositor a forma de despedida: "No teníamos vecinos, un verdadero desierto a una legua... las primeras cabañas del Caimito se encontraban a una hora de camino; todo el contorno, hasta lo más lejano que la vista podía alcanzar, no tenía más que llanuras, campos de cañas y al horizonte la montaña de Anafe."
LORCA Y MAROTO
A no dudarlo, Caimito puede ser considerada la capital de la hospitalidad, en franca competencia con la zona oriental de la isla.
Bella y ensoñadora encontró Federico García Lorca la noche caimitense y dejó saber que no desearía otro sitio para vivir fuera de Caimito mágico. En aquella jornada surgió el poema titulado Cielo vivo para orgullo nuestro.
El poeta español visitó esas tierras acompañado del pintor y pensador Gabriel García Maroto, el cual vivió en Caimito 90 días del verano de 1930 como único huésped de la cárcel municipal.
Invitados por Maroto llegaron al pueblo para ofrecer sus conocimientos y prestigiar la población intelectuales de la talla de José Vasconcelos, el mexicano Enrique Cienfuegos y los cubanos Emilio Roig, Juan Marinello y Jorge Mañach.
Gabriel realiza la donación de un cuadro al óleo del ápostol José Martí, restaurado y conservado en el museo municipal, con características modernistas.
Esta institución guarda como uno de sus tesoros más valiosos el diploma realizado de puño y letra sobre papel de bodega por el pintor Gabriel García Maroto, donde expresa con sentidas palabras el agradecimiento por al hospitalidad recibida.
En la parte superior del documento se puede observar un paisaje cubano con lomas, bohíos y mulatos, a continuación el nombre del pueblo: Caimito del Guayabal y separando el texto principal tres piñas que casi huelen al ser observadas.
Dice así: "Ante mí, Gabriel García Maroto, aprendiz de pintor y escritor compañero yo mismo y reconozco: que quedo profundamente agradecido al pueblo cuyo nombre estampado a la cabeza y al pie de este diploma por las atenciones recibidas en él, tanto de su bellísimas mujeres como de sus generosos hombres, durante el tiempo que tuve el gusto de vivir en su cárcel.
Y para que conste, lo firmo y rubrico, a 30 de agosto del año 1930, en Caimito del Guayabal.
Algunas versiones afirman la construcción de las primeras casas de vecinos en la finca La Serafina, lugar ocupado hoy por la Empresa de Industrias Locales, la sede municipal del Partido y una granja agropecuaria.
En esta zona existe un viejo pozo, al cual vinculan con el establecimiento llamado "Casa de pasajeros del Caimito", primer indicio de hospitalidad. Otros suponen al primitivo caserío instalado cerca de la bodega La Nueva Esperanza y los más osados en el barrio de Cayaguasal.
De lo que si existe plena seguridad es que a la sombra de un caimito se estableció la casa de pasajeros y una oficina para el cobro del derecho de Portazgo. En este lugar debían pagar cinco centavos las arrias, carretas, volantes, quitrines o caballos de silla al entrar en la población.
Estaban excluidos de este gravámen los caballos oscuros, de patas blancas y lucero corrido. El privilegio lo "gozaban" estas bestias por tener el color del caballo del Rey de España.
La vega de tabaco de Cayaguasal fue demolida años después y la población creció hacia la parte occidental. Desapareció la oficina del cobro y la Casa de Pasajeros del Caimito, de la cual realizó una última descripción el lugareño Don Pancho Quemado. Según él, era un gran comercio de amplio mostrador, donde los arrieros comían a punta de cuchillo antes de seguir paso hacia el mercado de La Lisa.
Desde esa época pueden pasar por Caimito del Guayabal todos los caballos sin importar su color.
GOTTSCHALK EN CAIMITO
La indudable belleza del paisaje caimitense sobrecoge a cuanto visitante observa este pedazo de Cuba. Tanto es así, que los médicos recomendaban pasar temporadas en sus campos disfrutando de la tranquilidad, el aire puro y, por supuesto, de la hospitalidad de los lugareños.
Uno de los viajeros ilustres de tránsito por esas tierras fue el pianista y compositor norteamericano Luis Moreau Gottschalk, el cual se hospedó, en 1862, en una de las innumerables fincas cañeras cercanas a la Sierra de Anafe para convalecer de una grave enfermedad.
La dolencia no restó capacidad de impresión al artista ante el verdor de las plantaciones. De ello existe constancia en carta enviada a un amigo de apellido Escudier, fechada el 25 de junio del año 1862, y en ella expresa: "No olvidaré jamás los dos meses que he pasado en Caimito... cerca de la Sierra de Anafe."
A través de la misiva del pianista y compositor norteamericano Gottschalk, ha llegado hasta nosotros una descripción pormenorizada del paisaje rural: "Érase una vasta llanura en cuyo centro elévase un edificio de madera, de forma cuadrada, compuesto tan solo de un piso bajo, como casi todas las casas cubanas."
También al pianista se le debe un cuadro acabado de lo que era un ingenio azucarero de la época: "Todo ingenio se compone invariablemente de las mismas dependencias, que por razones de higiene, de conveniencia, son de idénticas condiciones: la casa del amo, que ocupa el centro y está aislada del resto de la finca; la casa del mayoral..., la casa de molienda, en la que se halla el molino de vapor que estruja la caña y comunica con la casa de calderas: luego sigue el hospital, el corral en que recogen los animales domésticos y finalmente a alguna distancia las casuchas de la negrada... en donde el mayoral encierra cada noche a los esclavos bajo llave, después de pasarles lista y de hacerles recitar en alta voz el Pater Nostre y el Ave María."
Después su atención se detuvo en describir el recinto donde convalecía y las costumbres criollas: "Se llegaba por una inmensa avenida de palmeras, una guardería, doce escalones, encontrándose uno en una galería exterior, especie de verandah india, que es la casa cubana, lo que el cuarto del portero es nuestra organización social. Desde la galería dominase el país; es un observatorio; vense llegar las visitas, síguese de lejos el trabajo de los negros, se pasa la vida en la hamaca o butaca, ahí se fuma, se duerme, se toma café y, sobre todo, se respira el aire de la sabana."
Y concluye el compositor a forma de despedida: "No teníamos vecinos, un verdadero desierto a una legua... las primeras cabañas del Caimito se encontraban a una hora de camino; todo el contorno, hasta lo más lejano que la vista podía alcanzar, no tenía más que llanuras, campos de cañas y al horizonte la montaña de Anafe."
LORCA Y MAROTO
A no dudarlo, Caimito puede ser considerada la capital de la hospitalidad, en franca competencia con la zona oriental de la isla.
Bella y ensoñadora encontró Federico García Lorca la noche caimitense y dejó saber que no desearía otro sitio para vivir fuera de Caimito mágico. En aquella jornada surgió el poema titulado Cielo vivo para orgullo nuestro.
El poeta español visitó esas tierras acompañado del pintor y pensador Gabriel García Maroto, el cual vivió en Caimito 90 días del verano de 1930 como único huésped de la cárcel municipal.
Invitados por Maroto llegaron al pueblo para ofrecer sus conocimientos y prestigiar la población intelectuales de la talla de José Vasconcelos, el mexicano Enrique Cienfuegos y los cubanos Emilio Roig, Juan Marinello y Jorge Mañach.
Gabriel realiza la donación de un cuadro al óleo del ápostol José Martí, restaurado y conservado en el museo municipal, con características modernistas.
Esta institución guarda como uno de sus tesoros más valiosos el diploma realizado de puño y letra sobre papel de bodega por el pintor Gabriel García Maroto, donde expresa con sentidas palabras el agradecimiento por al hospitalidad recibida.
En la parte superior del documento se puede observar un paisaje cubano con lomas, bohíos y mulatos, a continuación el nombre del pueblo: Caimito del Guayabal y separando el texto principal tres piñas que casi huelen al ser observadas.
Dice así: "Ante mí, Gabriel García Maroto, aprendiz de pintor y escritor compañero yo mismo y reconozco: que quedo profundamente agradecido al pueblo cuyo nombre estampado a la cabeza y al pie de este diploma por las atenciones recibidas en él, tanto de su bellísimas mujeres como de sus generosos hombres, durante el tiempo que tuve el gusto de vivir en su cárcel.
Y para que conste, lo firmo y rubrico, a 30 de agosto del año 1930, en Caimito del Guayabal.
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